Sobre las 23:30 h de un Jueves Santo
llegábamos a la calle Jesús del Gran Poder de Sevilla y nos situábamos a pie de
acera. En primera fila. Aún se podía elegir sitio. Nos disponíamos a vivir “la
Madrugá”.
Esta calle es estrecha y larga, con mucha
visibilidad en su punto de escape porque es muy recta. Por sus aceras solo
caben dos personas, en algún tramo una sola y el asfalto es para un solo coche.
La iluminación proviene de las farolas que cuelgan de las fachadas. Es una
calle muy sevillana que se transforma todas las noches de Jueves Santo para
convertirse en un lugar acogedor, un lugar de encuentro y convivencia, lleno de
vida, con un olor a incienso que entreteje a la tradición, la fe, la alegría y
la devoción.
Poco a poco la gente fue llegando hasta
quedar todo “abarrotao”. Personas de todas las edades, unos provistos de
sillas plegables, otros de escaleras extensibles. Para quienes no llevaban nada
cualquier resquicio era bueno para sentarse. Lo primero que se acaban son los
poyetes de las ventanas, luego los bordes de la acera, después algún escalón
que puedan tener los portales, y cuando ya no queda nada de esto se llenan las
paredes que también sirven de descanso para la espalda, y es que la espera es
larga.
Nosotros tres tuvimos suerte, como os digo
cogimos poyete de acera, un lujo.
Esperábamos todos a alguien, esperábamos a
quien se le conoce por el nombre de “El Señor de Sevilla” pero hasta más allá
de la 1:30 h de la “madrugá” no suele pasar por allí, así que da tiempo de
amigar con quien tengas al lado. Hablar, mezclarte con el entorno, vivir la
espera… “convivir” en suma, eso es hacer Semana Santa en Sevilla.
Los nazarenos desfilaban ante nosotros en fila de a dos, como Guerreros de Terracota, haciendo un pasillo inexpugnable. Todos en silencio, haciendo penitencia para sí mismos, en eso consiste ser nazareno.
Por fin vino calle abajo un murmullo de
chisteo, una ola a la que contribuimos también nosotros pasándola a quienes
iban detrás. Entre el murmullo, se oían las voces de: “Ya viene, ya viene”.
De repente todo se apagó, casas, farolas,
letreros luminosos, el bar que había en la esquina…, la calle se quedó
totalmente a oscuras. Únicamente la luz de las velas de los nazarenos y la luz
que la misma gente parecía desprender en su fervor alumbraba la noche. Y se
hizo el silencio.
A lo lejos, sin nazareno alguno a su
alrededor, solo completamente, apareció una figura arrastrando una cruz.
Llevaba una túnica morada lisa, y como único adorno un grueso y largo cordón de esparto.
Venía encorvado, con paso lastimoso,
pareciera arrastrar los pies. El manto lo llevaba suelto y a cada paso que daba
dibujaba un vaivén, pero, ¿por qué viene solo? ¿No hay nadie que le
acompañe? Es lo primero que se te ocurre cuando lo ves y es que es una
talla que impone, tiene algo que te confunde, que te hace perder el sentido de la realidad
y a partir de ese momento dejas de ver una mera imagen.
Nadie parpadeaba. Nadie apartaba la mirada
de aquel hombre que venía por el centro de la calle. No era momento ni de
respirar. Simplemente esperábamos a tenerlo cerca.
La figura avanzaba y se hacía más nítida,
venía como abstraído en sí mismo, como si no viera a quienes estábamos allí
esperándole. Y fue justo delante de nosotros que se detuvo.
Cualquiera diría que se paraba porque quería decirnos algo o tal vez fuese él
quien esperase que le dijésemos, nunca lo supimos, callamos, él y nosotros
tres.
Allí estaba, quieto, descansando por un
instante. Era una figura inmensa. Era un hombre grande, alto, se ve que fuerte.
Miras hacia arriba queriendo ver su rostro, pero tu vista no
llega. Es un momento especial en el que te encuentras contigo mismo.
Es una imagen que sin saber por qué, sin razonamiento alguno, hace que dentro
de ti algo cruja y quiebre.
El paso tan cerca, al alcance de mi mano,
tuve que tocarlo, no me lo hubiese perdonado nunca si no lo hago.
Son dos minutos que se hacen como una
hora. Hasta que a un golpe del capataz se fue levantando lentamente, muy
lentamente y sin darnos cuenta continuó su andar.
Y ves cómo es esa figura la que anda sola
en la noche, sola en la calle camino a su destino. Es algo que va al margen de
religión alguna y de creencias. Es que te da pena ese hombre porque lo ves real
y no puedes dejar de mirarle y te cautiva y te detiene la vida por un momento y
a veces por siempre.
Casi había desaparecido el paso cuando
todos los que allí estábamos nos miramos los unos a los otros y nos preguntamos: ¿Pero
era una imagen? ¿Seguro?
Texto y fotografía de ©Manuela Fernández Cacao. Todos los Derechos Reservados.
«Tomad y comed, éste es mi cuerpo», dijo en voz serena,
ResponderEliminar«Bebed, éste es mi sangre, la alianza nueva y plena».
En aquel Jueves Santo, con amor y sin reproche,
Cristo nos entregó su ser, en un milagro que aún nos toca.
El otro día, entre en esa iglesia románico -gótica que suelo encontrarme cada día en mis paseos por la villa medieval de mi pueblo y ahí lo tenia aparcado sobre tres taburetes porque la talla que sacan en procesión es otra mas antigua parece y me llamo la atención verlo así descolgado y enfrente la capilla solitaria con una cruz vacía. Mañana subiré las fotos.
ResponderEliminarSalud
Sobrecogedora tu narración de un encuentro mágico.
Eliminar¡Felices Pascuas!
Gracias por tu relato. Me acercó a ese mundo; tu mundo mágico. Saludos.
ResponderEliminarEstado de sublimación. Un bello éxtasis. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarMi querida Manuela, que sepas que me has emocionado y mucho. Feliz Semana Santa 😘💐
ResponderEliminar¡Con cuanto sentimiento y sevillania has expresado La Madrugá!
ResponderEliminarMe has emocionado hasta lo más hondo, Manuela. Yo la he vivido muchos años, ya tengo al marido más fastidiado y es distinto pero la sigo viendo desde casa.
Te dejo un enlace que hice sobre la Madrugá, no es tan bueno como lo tuyo, pero sí con mucho sentimientos.
Feliz resto de Semana Santa, con torrijas incluidas.
Besos.
https://ginesfranconettihavuelto.blogspot.com/2021/04/madruga.html#comment-form
MADRUGÁ
ResponderEliminar¡Ya huele el azahar en Sevilla!
Perfumando las calles y plazas,
Jueves y Viernes Santos,
La mujer luce su mantilla.
El Arco, espera la salida de su Señora,
El barrio entregado, impaciente,
La aclama, venera, la adora,
Por ahí ya vienen sus armaos,
Madrugada del Vienes Santo,
de Esperanzas y Gitanos
De Calvarios, rezos y saetas,
Muestran su Sentencia
En un Silencio y al Gran Poder
Con la Cruz entre las manos...
Franconetti.
Precioso texto y maravilloso final. He vivido en primera línea la madrugá, he visto hombres llorar, mujeres temblar, es indescriptible la espera y después ya todo es sentimiento. Un abrazo
ResponderEliminarUn relato muy intrigante,y para meditar,cariños.
ResponderEliminarEn esa calle viví durante cinco años, estuve hace unas semanas ahí. Me parece estupendo este texto que he leído varias veces, has logrado captar una gran vivencia. Que tengas un buen fin de semana.
ResponderEliminarQuién sabe, lo mismo los pasos de semana santa son portales dimensionales en el tiempo y el espacio ;)
ResponderEliminarHola, Manuela.
ResponderEliminarHe escuchado atentamente la narración que nos explicas y, puedes creerme que se me ha erizado la piel.
Si viera, también me gustaría poder estar ahí.
Ahora ya ha pasado todo y tenemos que esperar otro año.
Un fuerte abrazo.
Buena y amplia descripción de ese momento procesional tan emotivo..
ResponderEliminarUn abrazo.
ResponderEliminarUn encuentro con él, en silencio, en la misma calle y en el alma, que lo cambia todo. Tan bien lo has vivido que lo has descrito con tal sinceridad, que lo has traspasado a quienes, estemos donde estemos, bebemos la belleza de "la Madrugá" en tu escrito. Después hemos repetido la misma pregunta: "Pero, era una imagen? ¿Seguro?"
Sobrecogidos y, casi temblando, callamos. ¿Se ha alejado?
Gracias por tu andaluza y luminosa sensibilidad. Un abrazo.