La cena
El taxista me pidió dinero por adelantado. Durante todo el
trayecto sentí que me observaba.
No se sabe lo larga que es la noche hasta que pasas una tras
otra despierto en un calabozo memorizando: “soy inocente”. Entre rejas, llegan
a hacerte creer que fuiste tú quien cometió el crimen.
Cuando llegué a casa, mi hijo abrió la puerta. Nada de
abrazos, ni un hola papá.
Me siento culpable, no de lo que me acusan, sino de haberme
perdido 15 años de la vida de mi hijo. Ya ha cumplido los 30. Mi mujer se fue de casa. Era comprensible,
cada rincón le traía recuerdos de aquella noche, todo ensangrentado, yo con la
pistola en la mano…
Mi hijo siempre estuvo a mi lado, en el juicio dijo que
creía en mi inocencia. Mi mujer no, la víctima era su amante.
Supe de su engaño desde el primer día. ¡Cómo había podido
hacerlo, con el marido de su mejor amiga!
Aquella noche, los dos matrimonios cenaríamos en nuestra
casa. Quería desenmascarar a los amantes. Le di dinero a mi hijo para que se
fuera al cine. Después de cenar, fui directo.
Él tartamudeaba mientras su mujer increpaba a la mía. Su
mujer también era conocedora y me lo había ocultado. Íbamos de un sitio a otro
del comedor, hacíamos espavientos, mi mujer gritaba, yo daba golpes en la mesa…
y la luz se apagó.
Se oyó un disparo. La luz se encendió.
Él estaba tendido en el suelo en medio de un charco de
sangre. Junto a él una pistola.
La cogí extrañado. Y todos se apartaron de mí.
Yo mismo llamé a la policía y les esperé con el revolver en
mi mano.
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