Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, en una tarde oscura de invierno, una joven se desposó.
Ilusionada,
avanzaba hacia su nueva morada con sus labios de fresa, su exquisita piel y su
deslumbrante mirada.
Cuando
la novia entró al castillo, las puertas se cerraron tras ella.
Nadie vio al esposo, ni tan siquiera le vio el padre al prometerle la mano de su hija. Solo se sabe de él que era un aristócrata, dueño del castillo y que jamás abandonaba sus aposentos antes del anochecer.
Al caer el sol, hay quien dice oír los pasos de la joven deambular por los pasillos de la fortaleza, incluso hay quien la ve con su traje blanco y su velo deslizándose por la espalda.
Pasea ya sin brillo en sus mejillas y con un hilo de sangre cayendo de su boca.

Algunas cosas parecen condenadas a salir mal desde el principio, ¿verdad?
ResponderEliminarBeauséant
EliminarCierto, hay cosas que se ponen de perfil y no hay manera.
SAludos.