.

Textos y fotografías de una realidad donde nada es lo que parece
.
.
.

Feliz Navidad



 

La Navidad es mucho más que luces y regalos. Son días para estar con la familia, los amigos y también para pensar en quienes nos rodean.

Es tiempo para reflexionar sobre lo que hemos dado y lo que podemos ofrecer: un gesto amable, un rato de compañía, un oído dispuesto a escuchar… a veces esto es suficiente.

También es generosidad, ilusión, reconciliación, alegría…

Y como, sin duda alguna, es esperanza,  quiero compartir de nuevo un relato que hicimos entre Ramón Martínez Martín y yo misma, que simboliza lo que la Navidad representa: Con amor el mundo es mejor.

Os deseo a todos una feliz Navidad.






 

Damas y caballeros, jóvenes y mayores, sean todos ustedes bienvenidos al momento más bonito del año, al más cercano, al más emotivo. Con todos ustedes:

 LA    NAVIDAD



El puente de los desamparados

 

—¡No, por favor, no lo hagas! Seguro que con la luz del día ves las cosas de otra manera. Todo tiene arreglo.

Con esas angustiosas palabras, que rompieron el denso silencio que lo rodeaba, Alejandro detuvo su paseo nocturno, con el corazón acelerado. Le encantaba pasear solo, cuando la ciudad dormía, cuando el bullicio y los problemas parecían lejanos, irreales; pero al cruzar el Puente de los Desamparados, distraído pensando en sus rutinas cotidianas, la visión de aquella mujer había detenido, bruscamente, sus pasos.

Se trataba de una mujer joven, con la cara más triste que había visto en su vida. Se aferraba, insegura, a una de las farolas del puente y miraba con auténtico terror al vacío, como si algo la llamara desde lo más profundo.

—¡No te acerques a mí, no des ni un paso más o me tiro!

—¡Tranquila, no quiero asustarte! Está bien, no me acercaré más. Pero bájate de ahí, por favor. Sea lo que sea que te ocurra, ahí arriba no vas a encontrar la solución.

 

Hablando muy despacio, con el tono de voz más relajado que había encontrado rebuscando en su garganta, Alejandro trataba de tranquilizar a la misteriosa muchacha que parecía atraída por el abismo.

—¿Y qué sabes tú de mí? No te inmiscuyas y sigue tu camino. Mi vida es solo mía y a nadie le importará si acabo con ella.

—A mí me importará. Te lo aseguro. Y ahora escúchame, voy a acercarme muy lentamente y te daré mi mano; cógela, te lo ruego, y bájate de ahí. Te invito a un café y así podemos charlar un poco. ¿Cómo te llamas?

Las palabras de Alejandro hicieron dudar a la mujer y a la luz cálida de las farolas comenzó a llorar como una niña, con una pena honda y profunda, que hizo estremecer a las estrellas del cielo.

—Me llamo Alicia, pero no me distraigas, mi vida terminó, es hora ya de ponerle fin a mi sufrimiento.

Y con estas palabras, la muchacha hizo amago de soltarse de la farola y de convertirse en pájaro.
Pero Alejandro reaccionó rápidamente y de un salto se subió también al puente, a su lado, agarrándose con fuerza a la siguiente farola, y le habló, clavando su mirada verde en las lágrimas de ella.

—Pues si vas a tirarte, Alicia, me veo obligado a seguirte. Soy un caballero y no voy a permitir que hagas ese viaje sola. Jamás me lo perdonaría. Parece peligroso. Así que tú decides. O te bajas conmigo y aceptas mi invitación o volamos los dos intentando alcanzar a la luna. Quizás lo logremos.


La mujer se volvió hacia él, sin dar crédito a lo que escuchaba y lo miró fijamente, como si estuviera loco. ¿Quién era aquel desconocido que se interponía entre ella y su destino? Pero había algo encantador en él, algo que la reconfortaba contra todo pronóstico y eso la hizo dudar por un segundo.

Sus penas seguían hiriéndola muy dentro y sentía un frío gélido recorriéndole por las venas. Parecía tentador seguir a aquel hombre, coger su mano y escapar de allí, muy lejos; pero, ¿cambiaría eso las cosas? En el fondo de su corazón no lo creía.

—Mi vida ha llegado a su fin.

—En ese caso déjame felicitarte, veo que eres dueña de tu vida y has elegido tú misma cuándo concluirla, has conseguido más que yo.

—No te entiendo.

—Yo no puedo, hace dos meses que me diagnosticaron una grave enfermedad, me dieron seis meses de vida. Ya ves, alguien ha elegido por mí.

—Me estás engañando para que desista.

—Ojalá. Cuando paso por este puente miro hacia abajo, admito que los primeros días me sedujo la idea de hundirme en sus aguas y dejarme atrapar en su profundidad, pero he decidido aprovechar hasta mi último día de vida, hasta mi último aliento. Pero ya que estás tú aquí, si quieres te acompaño, nos vamos los dos juntos. Ya ves, lo mío, que me haya subido aquí, no tiene ningún mérito y si me tengo que tirar me tiro contigo.

Alicia le miraba consternada, ese desconocido había logrado ser su centro de atención. Su mente ya no se encontraba en aquel despacho cuando su jefe le informó del despido, no estaba en la infidelidad de su pareja con aquella otra chica, ni en tanto fracaso que de manera continua arruinaba todo aquello que comenzaba. Ahora toda su atención estaba puesta en aquel muchacho que le había extendido su mano. La vida era extraña.

—Tomemos café.

Alicia aceptó asirse a esa voz dulce que le envolvía en una nube de calma y a la vez de intriga. Y bajó de aquel puente.

 

Una vez en el bar hablaron durante horas. Se contaron sus sueños y sus pesadillas, sus ansias, sus desapegos…, incluso llegaron a esbozar alguna sonrisa. Hasta que cerraron el local. Para ese entonces, algo había nacido entre ellos. Caminaban en la noche con sus manos entrelazadas, no se querían soltar. Se negaban a cortar ese cordón umbilical que ahora les unía y que les hacía ver la vida de manera distinta. Ahora cada uno de ellos era la esperanza del otro. Pero se iba haciendo de día.

—Me dijiste que todo tiene arreglo ¿por qué no te quieres someter al tratamiento?

—Porque no estoy preparado para sufrir. La muerte no me da miedo, me da miedo el dolor. Es un tratamiento extremadamente duro y nadie me asegura el éxito. Ya ves, todo tiene solución, pero la arena de mi reloj se va agotando.



Hablaban de lo que cada uno de ellos, de forma ingenua, habían planeado para el futuro. Llegaron a la
conclusión de que la vida era una continua improvisación, no se podía planear. Y en esa improvisación se habían encontrado. Difícil asumir que aquel encuentro fuera a ser una mera anécdota.

—Alicia, no quiero tenerte cerca mis últimos días, no te haré pasar por esa angustia. Hoy nos diremos adiós, yo seré para ti un recuerdo, y tú para mí una fantasía.

—Pero Alejandro, todo esto no puede ser casual, siento que hay algo que ha propiciado que nos conozcamos.

Las palabras de ella no le convencían. La hora de la despedida llegó.

—Haremos algo —dijo Alicia al mismo tiempo que se quitaba una cadena del cuello y se la ponía a él—. Desde pequeña llevo esta cadena, jamás me he desprendido de ella. Quiero que tú la lleves, ella te hablará de mí. Dentro de un año me la devuelves. Estaré esperándote aquí, en este puente donde tú me enseñaste que siempre hay otro camino. No olvides esto que te digo. No me decepciones.

Con un suave beso y un largo abrazo se despidieron.

 

Transcurrido un año Alicia esperaba en la entrada de aquel puente, como habían convenido. Se había convertido en una mujer segura de sí misma. Su nuevo trabajo no le entusiasmaba, pero le permitía vivir de manera independiente y tener horas libres que dedicaba a escribir. Escribía cartas a Alejandro. Las escribía a mano, en hojas con olor a amaneceres cálidos. En ellas le transmitía aliento, le transmitía coraje, le rogaba que luchara por su vida, que luchara por «ellos», por los dos. Introducía las cartas en sobres y las echaba al buzón de correos con un «Para Alejandro» como toda dirección y sin remite
alguno.

Alejandro mantenía en su memoria la figura de aquella muchacha, sus ojos, sus manos… Aquella cadena en su cuello parecía abrazarle y darle entereza para superar sus miedos. Y había seguido el tratamiento.


El amor, cuando es sincero, cuando es limpio, puede con todo y aquella tarde, después de aquel año duro pero lleno de deseo e ilusión, los ojos de ambos alcanzaron a verse, de nuevo uno frente al otro, pero esta vez con todo un futuro por delante para compartir.

 

 


 


Autores del relato:

Ramón Martínez Martín    En Facebook     rmartinezmartin      En Instagram  y Twitter    ramonmm78

Manuela Fernández Cacao

 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los mensajes que contengan insultos, palabras soeces o sean anónimos no serán mostrados.