Salí de la oficina con un compañero que iba a la misma calle
que yo, ambos teníamos un contrato que firmar con dos clientes a los que habíamos
atendido por teléfono.
─Bueno Montero, mucha mierda.
─Venga, no te enrolles con el cliente, te espero en el bar
de ahí enfrente; el que llegue el último paga las cañas.
Así nos despedimos.
Me giré, di unos pasos y pulsé en el portero automático el
piso que llevaba anotado. Dije mi nombre y alguien abrió. Hasta ahí todo normal,
pero lo que os voy a contar de aquí en adelante, es un hecho extraordinario,
prestad atención.
Subí a la tercera planta. Bajo un letrero donde podía leerse
“Izquierda”, una mujer joven me esperaba con la puerta abierta. Se presentó,
era mi clienta, nos saludamos y me dio paso al salón.
La casa estaba cuidada, los muebles eran de estilo práctico con
un leve toque de personalidad. Una vez sentadas comenzamos a hablar. Al poco, entró
a la habitación una niña de no más de cinco años. Su cara era redonda, como su pelo, todo rizado
y moreno a rabiar, no recuerdo más de su físico.
Se puso junto a su madre, de pie. Yo, comercial que soy, con
una sonrisa y casi afecto maternal la saludé: «Hola guapa». Pero ella no respondió,
simplemente me observaba.
Seguí conversando con la madre mientras la niña permanecía de
pie, con su mirada fija en mí, sin moverse, sin gesticular. Yo de vez en cuando
le dirigía una sonrisa, pero ella seguía hierática; su actitud no me parecía la
típica de esa edad.
Fueron pasando los minutos, minutos que a mí cada vez se me hacían más largos y es que, la presencia de esa niña me perturbaba, pareciera que su imagen hubiese entrado en mi pensamiento para quedarse por siempre. Era extraño, no podía centrarme en la conversación, yo sentía que esa pequeña me absorbía, con su mirada, con su figura entera; pretendía algo de mí, podía palparlo, podía percibir una energía que surgía de ella, energía con la que me envolvía. Yo me resistía. Sin poder salir de mi asombro me preguntaba qué era lo que estaba pasando.
─Tengo dudas ─me dijo mi clienta─ voy un momento a la
cocina, ¿quieres algo?
─No, no, gracias.
Nos quedamos solas la niña y yo. Como vendedora me beneficiaba simpatizar con ella
pese a todo, es de primero de marketing, así que comencé a hablar, como pude, con
mucho reparo porque la criatura no daba tregua con su actitud desafiante y misteriosa.
La niña, en silencio, me lanzaba una mirada que hacía trizas la mía. No parpadeaba, no movía las manos, los pies, nada, ninguno de sus miembros; se limitaba a arrojarme dos exhalaciones desde ambos ojos que traspasaban los míos, se dirigían a mi cerebro, a mi médula, a mis venas, se esparcían por mi corazón, mis pulmones, todo se encharcaba de ese poder. De nada servía que yo bajase la vista, que mirase hacia otro lado; la fuerza de ella era suficiente para atravesar mis párpados entreabiertos para protegerme. Y sin yo tener dominio para continuar hablando, me dice ella de forma susurrante y arrastrando cada palabra:
─No me gustas.
Esa voz cavernosa, profunda, no podía haber salido de ese
cuerpo. Estoy segura que palidecí, tuve miedo, y ella lo supo y en su cara se
vio por primera vez una leve expresión, una expresión perversa de estar
consiguiendo aquello que pretendiera, fuese lo que fuese.
Vino la madre y se sentó,
─ Lo que decíamos —comenzó a hablar
Yo intentaba atenderla, pero era difícil porque sentía a la
niña emitiendo ese poder que a modo de sables se dirigían a mis retinas, las
perforaban y me quemaba por dentro.
La madre, en un momento dado, reprendió a la hija:
─Sabes que no me gusta que mires así.
Yo falsamente sonreí, o sería más pertinente decir que formé
una mueca en mi cara para fingir amabilidad, pero lo que había escuchado
indicaba que la madre era consciente del poder de la niña, por tanto, lo que yo
sentía no era fruto de mi imaginación, era real, algo pasaba y no era bueno
para mí.
Seguíamos hablando del contrato, podría decirse que ella
hablaba y yo escuchaba; a mí ya me daba igual, tenía un calor insoportable, me
quité el pañuelo que llevaba al cuello y me desabroché los primeros dos botones
de la camisa, sentía que ardía.
La niña volvió a repetir de forma muy baja pero que llegó de
manera clara a mis oídos:
─No me gustas.
Sus palabras aun yendo por debajo de las de la madre, me
retumbaban dentro de mi cabeza, hacían eco en mis huesos craneales y se
quedaban impresas en ellos. A la madre la oía muy de lejos, casi tenia que
entenderla por el movimiento de los labios.
Ya no podía pensar, no podía centrarme, estaba deseando irme, afortunadamente mi clienta dijo:
─Tengo que consultarlo con mi marido.
Yo no insistí ni por asomo, le dejé todos los documentos, en
otro momento no me hubiese levantado hasta que no me firmara, pero aquel día,
me levanté y dije: «Claro, claro, me llama por teléfono cuando quiera». Y yo
misma cerré la puerta de la casa tras de mí, sin querer mirar lo que dejaba.
Salí del ascensor como una escopeta, del portal, por fin estaba en la calle. Respiré y atravesé para reunirme con mi compañero que ya estaba en el bar.
─Pagas tú ─me dijo
─Yo te pago lo que quieras, pero no vuelvo a esa casa.
Le expliqué que había una niña con unos ojos negros que te
miraba y te atravesaba el cuerpo hasta llegar al alma. Que su voz era pausada,
misteriosa e infernal. Que de alguna manera la madre era consciente.
Él se reía, me llamaba cuentista, pero yo seguía
impresionada. Nos tomamos las cervezas y cuando salimos del bar me dijo:
─No te he dicho nada, pero te has manchado la camisa de
rojo.
─ ¿Dónde?
─Ahí, en el cuello.
Abrí la parte superior de mi camisa, como de costumbre llevaba
puesta mi medalla de cuando hice la primera comunión, la típica con la imagen
de la Virgen. El cordón de oro aparecía, en toda su longitud, incrustado en mi piel
y la sangre saltaba en su entorno. En mi
pecho, al final del cordón, la imagen de la Virgen había quedado tatuada.
La cara de mi compañero no tengo forma de describirla. Sin
pretenderlo coincidimos los dos en dirigir la vista hacia aquel portal donde, en
el tercer piso, vivía una niña que jamás olvidaré.
Muy bueno Manuela. Engancha tu relato y el final excelente.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Gracias por ofrecernos este cuento en un dia como hoy...hayas hecho que estuviera en tensión.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz noche!!
Inquietante relato. Propio de estas fechas de "horror"...
ResponderEliminarAbrazos Manuela.
Muy impresionante. Un beso
ResponderEliminar¡Madre mía Manuela! ¡Qué miedo! ¡Me ha encantado! Uf, qué escalofrío, de verdad. ENhorabuena cariño. Besos :D
ResponderEliminarLo conseguiste con esa redacción bien medida y contada, que nos lleva a ese final inesperado.´
ResponderEliminarMuy propicio para estos días de miedos y tristezas.
Besos.
A principio creí que la niña no era de carne y hueso, que era una aparición que solo podía ver la protagonista. Pero luego he visto que era algo peor: la representación material de un poder maléfico. Yo, desde luego, no habría aguantado tanto tiempo ante esa niña maligna, me habría inventado una excusa y habría salido por piernas mucho antes, je,je.
ResponderEliminarUna muy buena historia de miedo para contar de noche al calor del hogar.
Un abrazo.
Muy bueno. Bien narrado. Me ha gustado.
ResponderEliminargenial el relato!! las niñas malvadas son un tipo de personaje interesante, resulta gracioso el contraste entre su imagen pizpireta y su mala uva. :D el compañero de la protagonista estuvo incrédulo, y en realidad no le culpo, porque la historia de la niña terrorífica, una cosa es vivirla y otra que te la cuenten.
ResponderEliminarla cadena metálica clavada en la carne, tiene que doler...
abrazos!!
Espero que se escuchen bien los aplausos.
ResponderEliminarManuela gracias por el regalo.
Un beso. (Qué hoy es fiesta).
¡Qué relato! De terror y suspense como ninguno. Desde luego a mi tampoco me gustaría toparme con esa niña. me ha encantado leerte.
ResponderEliminarUn beso, Manuela
Ja, ja... Que niña mas mona. Me encantan.
ResponderEliminarBesos
Un cuento formidable.
ResponderEliminarAmbientas de maravilla, describes muy bien la sensación que la niña provoca en la protagonista y redondeas el cuento con un final impactante. El ritmo es perfecto.
De lo mejor que he leído en cuentos de terrror. Enhorabuena!
Un abrazo
Un relato conmovedor con un final desconcertante.
ResponderEliminarAbrazo.
Manejas todos los "ingredientes"para brindarnos una narración perfecta.
ResponderEliminarTe felicito Manuela.
Hola Manuel, un relato terrorífico, no te lo creerás, pero yo he llegado a sentir angustia y miedo, jajaja y eso que a mí los relatos de terror me gustan, te felicito. Te deseo una feliz semana, besos de V... Flor.
ResponderEliminarTu medallita de la Virgen hizo el milagro, te salvó de esa maléfica energía de la niña misteriosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
publicaste tu libro?
ResponderEliminarlindo tu texto
Recomenzar
EliminarHola, estoy en ello. Estoy intentando maquetarlo yo misma, es muy complejo pero con dedicación y tiempo... En cuanto lo tenga lo anunciaré en el blog, como dije, me haré una foto con el libro en la mano y será portada de una entrada :))
BEsis.
Tu relato tiene todos los ingredientes para mantenerte intrigada e inquieta hasta el final. Pensé en una niña zombie, pero ha sido mucho peor.
ResponderEliminarMuy bueno Manuela.💀💀💀
Qué buen manejo de la tensión. UN periodista y escritor colombiano, Daniel Samper Pizano, en el humor que lo caracteriza, dice que los niños son perversos, pero los adora. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarFascinante, impactaste y misteriosa. esta historia es digna de leer en la noche de Halloween.
ResponderEliminarFelicidades.
Un saludo
He leido tu relato en tensión total Manuela, me parecía que la niña me estaba mirando, es buenisimo.
ResponderEliminarBesos.
Madre mía que miedo he pasado, estaba pegada al ordenador sin pestañear leyendo cada linea. Me recordaba a cuando era pequeña y veía las películas de miedo con los ojos semicerrados para ver sin querer lo que pasaba, jejeje. Me he imaginado perfectamente la escena, y el final me ha sorprendido como siempre.
ResponderEliminarLos vendedores que he conocido parecían discípulos del demonio, no creo que se hubiesen dejado asustar por esa niña :)
ResponderEliminarMuy bueno el relato...
El relato inquieta a la protagonista comercial, y por lo que cuenta, termina inquietando a su compañero y también al lector. La mirada poderosa de la niña y su voz hacen sudar y olvidar el motivo de la visita al "tercero izquierda".
ResponderEliminarEsa gota de sangre descubierta, después de la cerveza y los dos volviendo su mirada al piso encantado, rematan perfectamente lo prometido para Halloween.
Gracias. Un Abrazo.
Puff, que bien descrito y como has mantenido mi tensión hasta el final, pues conforme vas leyendo te vas haciendo una idea un poco macabra llámala así si quieres de la criatura, pero me ha gustado mucho.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Saludos cordiales.
He pasado miedo ¡y me ha gustado!
ResponderEliminarMuy bien escrito; cómo consigues ir aumentando la tensión y para cuando creemos que la protagonista ya se ha librado de la niña nos vuelves a atrapar con lo de la medalla.
Besos.
"La imagen de la Virgen había quedado tatuada".
ResponderEliminarTu literatura requiere consolidación editorial en un buen libro.
Un abrazo, Manuela.
Hola, Manuela.
ResponderEliminarTe felicito por este intrigante relato que me ha hecho pasar un rato atenta a tus letras y con los pelos de punta.
Madre mía... si a mí se me hubiese puesto delante... bueno, en ese caso tendría la suerte de no poderle ver la mirada, jajaja. Muy bueno. Me ha gustado mucho.
Un abrazo.